Rodríguez Ferreyra, Alicia Raquel

DATOS PERSONALES Y ACADÉMICOS

Grado y Servicio

Grado 5 / Facultad de Psicologia / Instituto de Psicología Social

Contacto

Email: aliciar@psico.edu.uy / Teléfono: 098402040

Área disciplinar

Social

Disciplina / Subdisciplina

Psicología / Psicología social

Mayor nivel académico

Maestría, Universidad Nacional de Mar del Plata (año 2008)

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DATOS DEL PROYECTO DE DEDICACIÓN TOTAL

Título del Plan de Actividades

Transformaciones territoriales, dinámicas de segregación, identidades-alteridades y acción colectiva.

Palabras clave

Transformacionese Territoriales, Barrio, Comunidad, Región Metropolitana, Relaciones de Dominación,Segregación residencial, Alteridad, Acción Colectiva, Capitalismo, Estado

Resumen Publicable

Línea de investigación: Transformaciones territoriales, dinámicas de segregación, identidades-alteridades y acción colectiva La noción de territorio lleva implícita la acción de diversos agentes -estado, empresas privadas, actores sociales individuales y colectivos- lo que nos conduce a hablar de conflicto, relaciones de poder y disputas en su conformación, ligadas a sus usos y a los significados que se le atribuyen. La relación entre esos significados (complementarios, convergentes o antagónicos), y las luchas invisibles por el dominio de unos sobre otros según sean los intereses de los actores participantes, son componentes fundamentales en la construcción histórico-social del territorio. Los espacios y sus cualidades contribuyen a conformar sujetos sociales, y dichos espacios son producto de las prácticas sociales y de los significados que los sujetos desarrollan en relación a ellos (Wiesenfeld, 2001). Procesos sociales y territorio son inseparables. En este último se expresan los cambios globales ligados a los sistemas de producción y a las dinámicas de acumulación que requieren de una reorganización espacial, la que, al mismo tiempo, reconfigura el tejido social. Los procesos de segregación residencial y fragmentación social de las sociedades contemporáneas, son interpretados como resultado de la globalización, de los cambios en la estructura productiva y de las transformaciones en el mundo del trabajo, con la consecuente exclusión socio-espacial de grandes sectores de la población, fenómeno presente en muchas ciudades latinoamericanas (Lechner, 2005; Fleury, Subirats y Blanco, 2008; Pavcovich, 2010). Según García Canclini (1997) en nuestro continente conviven las ciudades modernas con infraestructura y servicios urbanos completos, y un poblamiento deficitario en permanente proceso de autoproducción de los satisfactores básicos, lo que configura la segregación socio-espacial como una de las categorías centrales para analizar el desarrollo urbano actual. Entre los tipos de segregación urbana que Lojkine (1986) distingue, la separación entre zonas y viviendas según los estratos sociales muestra la separación de las clases en la ciudad, expresión de la desigualdad social y producto de los intereses en pugna. En este escenario, el papel del Estado, a través de las políticas habitacionales y municipales, las de ordenamiento territorial y las formas de regulación del uso del suelo, se revela como fundamental, ya sea que actúe activa o pasivamente. Entre los años 8027 y 9027 la geografía urbana de Montevideo cambia, pasando de los tradicionales barrios obreros a una composición fragmentada que modifica su perfil (Kaztman, Filgueira y Errandonea, 2005). Los sectores populares, afectados por la pérdida de trabajo formal, son expulsados hacia las áreas periféricas de la ciudad, con servicios básicos y equipamientos urbanos deficitarios. Se experimentan procesos de fragmentación y polarización: en un extremo, los asentamientos precarios con acceso irregular al suelo y los conjuntos habitacionales producto de programas públicos para los sectores de bajos ingresos; y en el otro, zonas residenciales con equipamientos urbanos de uso exclusivo y sin contacto con el resto de la ciudad (De Léon, 1998). Según Cecilio et al (1999) el crecimiento de Montevideo se dio según tres modelos básicos y sus hibridaciones: la ciudad “tradicional” (amanzanamiento estatal o privado y autoconstrucción de viviendas de sectores medios y asalariados); la ciudad de “conjuntos habitacionales” (que responde a diferentes políticas de vivienda); y la ciudad “informal” (ocupaciones de predios por parte de sectores expulsados, inicialmente del medio rural y luego del centro urbano o su entorno). Estos fenómenos impactaron en las relaciones interpersonales, debilitando las capacidades de construcción de lo colectivo (simbólica y materialmente) en el plano local y en la ciudad en su conjunto. A la segregación residencial se suman fenómenos de discriminación y estigmatización. La sensación de inseguridad, al impactar directamente en las relaciones de protección cercanas (Castel, 2004) y en las de vecindad (Bianchi et al, 2007), condicionan las posibilidades de encuentro con el otro, la construcción de vínculos de confianza y las experiencias colectivas, aunque los problemas, e incluso los intereses de clase, puedan ser comunes. De este modo, la función integradora que tenía el barrio (Martín-Barbero, 1995; Gravano, 1995) hasta tres décadas atrás, se ha debilitado. Ese espacio público mediador entre el mundo privado de la casa y el público de la ciudad, que proporcionaba referencias básicas para la construcción de un “nosotros”, se ha transformado en un territorio en el que la circulación social se realiza en función de experiencias similares y limitadas, disminuyendo la convergencia de la diversidad en los espacios comunes y debilitando la construcción de identidades barriales. La segregación residencial suele asociarse a una creciente homogeneización de la población en zonas periféricas de la ciudad (Kaztman, 2001). Sin embargo, detrás de la aparente homogeneidad, existe una heterogeneidad entre los distintos grupos humanos, ligada a varios factores: la historia residencial, el momento y modo de llegar al barrio, el lugar simbólico en la sociedad, la relación con el mundo del trabajo y educativo, la configuración de la vida cotidiana y las matrices organizativas, entre otros. Esos factores inciden en los vínculos entre los residentes más próximos, en su vida cotidiana y en su bienestar social (Rodríguez, 2008; Rodríguez y Rudolf, 2011). La diversidad adquiere un carácter conflictivo, es difícilmente tolerada y entre los distintos grupos se generan procesos de mutua discriminación y estigmatización, incrementando la insatisfacción residencial y la desconfianza en el otro. Ahora bien, aunque la noción de segregación entró en vigencia en la década de los ochenta del siglo pasado para tratar de entender los procesos de reestructuración urbana y de expansión de la pobreza, estrictamente no refiere solamente a éste último sector, sino también a las configuraciones residenciales de las clases altas y a sus dinámicas de cerramiento (barrios privados o countries). Los barrios privados buscan satisfacer las demandas de seguridad, eficiencia de servicios, rentabilidad de la inversión, relación con la naturaleza, instalaciones deportivas, exclusividad y sentido de comunidad (Salcedo y Torres, 2004) El mercado inmobiliario ha identificado estas demandas, encontrando buena rentabilidad en los suelos de la periferia, en zonas suburbanas, para dar respuesta a las mismas (Sabatini, 2000). La permisividad legal ha favorecido la expansión de este tipo de urbanizaciones en América Latina. Particularmente en nuestro país, ante las resistencias que ha opuesto el gobierno de Montevideo, los barrios privados se han ubicado en la región metropolitana y en otros departamentos del país. En el caso de Canelones, los mismos están directamente vinculados a la creciente localización de enclaves económicos (zonas francas tales como Zonamérica y Parque de las Ciencias) que, en la misma lógica de las dinámicas de cierre social, denotan las nuevas formas en que el capital transnacional “perfora” la lógica de los Estado-nación en los países periféricos, desarrollando modalidades de intervención y control en el territorio (Falero, 2011). En una superación del concepto de gheto, Wacquant acuña el de seclusión socioespacial caracterizándola como “el proceso por el que se acorralan, se cercan y se aíslan determinadas categorías y actividades sociales en un cuadrante reservado y restringido de espacio físico y social” (Wacquant, 2011:11). La seclusión está vinculada al prestigio social y a la clase y puede ser electiva (los barrios privados para los estratos altos) o impuesta (la localización de los sectores pobres). Son los “ganadores” y los “perdedores” a los que refiere Maristela Svampa (2001), como expresión de los impactos urbanos de la globalización y los modos de producción que la misma conlleva en la actual etapa de acumulación capitalista, visibilizando la fractura social operada, la privatización de lo público y la pérdida de valor de lo común. Nuevamente, es fundamental el papel del Estado en la producción y desarrollo de estas dinámicas. La ubicación de los countries y de los enclaves económicos en zonas suburbanas, frecuentemente ha llevado a una proximidad geográfica entre sectores de población que se ubican en un polo y otro de la estratificación social, y entre el desarrollo de prácticas sociales aparentemente distantes. Una perspectiva “benevolente”, sugiere que es posible una integración entre asentamientos irregulares y barrios privados (Sabatini, 2004) al achicarse la distancia entre sectores disímiles, tanto que, -sugieren- la llegada de los barrios privados puede aportar al desarrollo y mejoramiento de las zonas empobrecidas y al establecimiento de “relaciones positi

Grado y Fecha de Ingreso al RDT

Grado 4 / Desde: 2015-08-01

Programa: Científico Proveniente del Exterior

El cargo NO se enmarca en este programa

Participa de Grupo Autoidentificado

Grupos: Núcleo Interdisciplinario «Pensamiento Crítico en América Latina y Sujetos Colectivos

Observaciones

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